Me dolieron las alas tanto ese día, y sin saber caminar por haber volado tanto tiempo, cerca de la tierra me encontraste. Hasta tanto después entendí que me sonreías, porque nunca me había fijado en eso, acostumbrado como estaba a enterrar las garras, sentir el palpitar agonizante acelerado por el miedo, la suavidad seductora de la carne y el calor vertiginoso de la sangre corriendo por las córneas garras que me sirven de pedestal. Y sin embargo tan inmóvil e indefenso, que solo pude desafiarte con mi mirada, que gélida no fue nada contra los dos soles que iluminaban tu cara. Entonces creí ser alguien diferente, y recordé que lo terrible de mi pasado ni siquiera fue por placer sino porque nunca conocí otra forma de encontrarme. Pero un día mis alas sanaron, y sentí la necesidad de encontrar el cielo, la cúspide, esa cornisa de roca donde fui invencible y solo. Al alba, antes que el sol se entere de su propia tibieza, extendí mi presencia completa, y cuando te ví llegar sin pensarlo una vez siquiera, extendí todo lo que soy, rasgando esa sonrisa y desfigurándola sin querer, y busqué la ventana, y sentí el aire nuevamente, y me elevé hasta donde quizá nadie antes que yo haya llegado por sus propias fuerzas. Alcancé mi cueva en lo alto de los riscos, y fui nuevamente yo.
A veces el sol sale, y recuerdo aquel día, con la vista prodigiosa que ve lo que nadie podría, fijo mis pupilas en tu presencia, y más notorio que aquella marca en tu rostro que aterra a quienes no la miran tan de lejos, sigue brillando tu sonrisa, y te sigues acercando a esas criaturas tan cerca de la tierra, y aunque jamás logre entender por qué no las destrozas siendo más fuerte de lo que soy, aunque sigo sin entender por qué te importan tanto, no dejo de recordar la mañana en que fui una de ellas y te acercaste a mí sin miedo, y aunque amenazante muestre mi sombra sobre tu física presencia, se que jamás me temerás, ni te esconderás del sonido del viento forzado que hago soplar, se que sin ver las alturas, vuelas más alto de lo que mi ahora corta vista, puede llegar a imaginar.
A veces el sol sale, y recuerdo aquel día, con la vista prodigiosa que ve lo que nadie podría, fijo mis pupilas en tu presencia, y más notorio que aquella marca en tu rostro que aterra a quienes no la miran tan de lejos, sigue brillando tu sonrisa, y te sigues acercando a esas criaturas tan cerca de la tierra, y aunque jamás logre entender por qué no las destrozas siendo más fuerte de lo que soy, aunque sigo sin entender por qué te importan tanto, no dejo de recordar la mañana en que fui una de ellas y te acercaste a mí sin miedo, y aunque amenazante muestre mi sombra sobre tu física presencia, se que jamás me temerás, ni te esconderás del sonido del viento forzado que hago soplar, se que sin ver las alturas, vuelas más alto de lo que mi ahora corta vista, puede llegar a imaginar.