viernes, enero 16, 2015

La gente que no quiere a la gente

Como muchos de ustedes, de forma transitoria o permanente, estoy aburrida de la gente.
De la gente que conozco, de la que no conozco, de la que no conozco y aún así me afecta.
De la gente que creí conocer, y de lo diferentes que son cuando los conoces.

Me cuesta aceptar que construir vínculos personales exitosos requiere de tantos fracasos, que llega uno a preguntarse si de verdad vale la pena pagar el precio.

No, no me como el cuento de que un amigo es un tesoro, ni de que mejor pocos amigos que muchos conocidos, ni nada de esa carreta sentimentaloide. Como muchos de ustedes.

Para mí una persona es suficiente, y esa persona ha estado conmigo desde que nací. Esa persona, efectivamente, soy yo.

Todas nuestras complejidades y cegueras son agobiantes. Como cuando criticamos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el propio. Como cuando nos destrozamos y después nos abrazamos para consolarnos. Como cuando tratamos de maquillar nuestras imperfecciones y el daño que hacemos a los demás con sicología de cantina, o de andén, haciéndonos creer que siempre estamos del lado correcto de la razón. Y si todos estamos en el lado correcto de la razón, lo más seguro es que todos estemos equivocados.

Estoy aburrida de tener que cambiar el lente como si fuera un telescopio, frente a cada situación, frente a cada persona, frente a cada momento. De pregonar que 'uno es siempre el mismo en todos los ambientes' como la mentira más grande del mundo.

Si la gente supiera como es el otro, probablemente dejarían de hablarle. Ese brillo que uno percibe de las personas según su afecto y su interés, es simplemente una alucinación más de querer saber que usted siempre tiene la razón y el resto son unos borregos no pensantes.

Como quisiera pasar por la vida sin tocarles, sin tocarnos, sin necesitarnos.

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